Caminar es bueno para el cerebro, en todos los sentidos. Lo dice la ciencia, basándose en la simple observación de nuestro cuerpo. Cuando damos un paseo extenuante, el corazón trabaja más deprisa, haciendo circular más sangre y oxígeno no solo hacia los músculos, sino a todos los órganos, incluido el cerebro. Como afirma el New Yorker, los pensadores y filósofos descubrieron desde la época griega una profunda conexión entre caminar, pensar y escribir. Sócrates daba largos paseos con sus discípulos, e incluso los estoicos discutían de filosofía mientras caminaban bajo la estoa, los soportales de Atenas. “Caminar tiene algo que anima y aviva mis ideas: apenas puedo pensar cuando estoy quieto”, escribió Rousseau siglos después.
Caminar a nuestro ritmo
No hace falta ser un pensador o un filósofo para observar los beneficios del ejercicio físico. ¿Qué consejo le darías a una persona que no puede concentrarse? Te lo decimos nosotros. Algo muy sencillo: un paseo siempre despeja la mente.
En resumen, caminar con regularidad es buena. Una investigación publicada en Frontiers in Neuroscience demuestra que el ejercicio ayuda al cerebro en la formación de nuevas neuronas, fomentando nuevas conexiones entre las células cerebrales, frenando la degeneración normal del tejido cerebral que se produce con la edad e incluso aumentando el volumen del hipocampo (una región del cerebro crucial para la memoria).
Y no es necesario correr o andar de forma frenética, como explica Ferris Jabr en el New Yorker: caminar a nuestro propio ritmo crea un estado mental perfecto que no podemos experimentar tan fácilmente cuando hacemos running o salimos en bicicleta. La magia se produce cuando no tenemos que dedicar un esfuerzo consciente al acto de caminar, con lo que nuestra atención queda libre para vagar, para pensar en lo que tenemos delante…. Este es precisamente el estado mental que los estudios han relacionado con las ideas innovadoras y los golpes de intuición.
Estudios que lo demuestran
Hay numerosos estudios que demuestran esta tesis. Investigaciones publicadas en Frontiers in Neuroscience, de la Universidad de Stanford en particular, aseguran que caminar fomenta la creatividad. En una serie de cuatro experimentos, los investigadores pidieron a 166 estudiantes universitarios que completaran varias pruebas de pensamiento creativo estando sentados, caminando en una cinta o paseando por el campus de Stanford.
En una prueba, por ejemplo, los voluntarios tenían que inventar usos atípicos para objetos cotidianos, como un botón o un neumático. Por término medio, a los estudiantes se les ocurrieron entre cuatro y seis nuevos usos para los objetos mientras caminaban. En otro experimento se pidió a los participantes que contemplaran una metáfora y generaran una equivalente. El 95% de los estudiantes que salieron a pasear lo resolvieron, frente al 50% de los que no se levantaron.
Caminar por la naturaleza es aún mejor
Otro conjunto de estudios sugiere que pasar tiempo en espacios verdes —jardines, parques, bosques— puede rejuvenecer los recursos mentales que los entornos creados por el hombre agotan. Los psicólogos han demostrado que la atención es un recurso limitado que se agota continuamente a lo largo del día. Un cruce con mucho tráfico, lleno de peatones, coches y carteles publicitarios atrae nuestra atención. En cambio, pasear por un parque permite a nuestra mente pasar aleatoriamente de una experiencia sensorial a otra, del murmullo del agua al susurro de los juncos.
Un estudio reciente del prestigioso Instituto Max Planck para el Desarrollo Humano, en Berlín, ha concluido que pasear por la naturaleza es bueno para la salud mental y reduce la actividad cerebral relacionada con el estrés. El equipo determinó empíricamente que caminar en entornos naturales es beneficioso para el bienestar emocional analizando la actividad cerebral en regiones vinculadas con el procesamiento del estrés —como la amígdala— en 63 voluntarios sanos.
Los participantes se dividieron en dos grupos: al primero se le pidió que diera un paseo de una hora por el bosque de Grunewald, el más grande de Berlín. Al segundo se le pidió que caminara por una concurrida y caótica calle comercial de la capital alemana. Todos los voluntarios se sometieron a una resonancia magnética funcional (IRMf) para monitorizar la actividad cerebral antes y después del paseo, y también tuvieron que rellenar cuestionarios y realizar pruebas diseñadas para desencadenar estrés social. Durante los paseos se prohibió el uso de teléfonos móviles o desviarse de la ruta predeterminada.
Al cruzar todos los datos se observó una reducción significativa de la actividad en la amígdala de los voluntarios que caminaron por el bosque, lo que demuestra los beneficios de la naturaleza sobre las regiones del cerebro relacionadas con el estrés. Esto se traduce en una reducción de la presión arterial, una mayor concentración, una memoria más eficaz, una disminución de los síntomas de ansiedad y depresión y otros beneficios indicados por múltiples estudios.
Este artículo se ha publicado originalmente en GQ Italia.